La traducción literaria, un trabajo fascinante

El otro día estaba releyendo una de las sagas literarias que estuvo de moda hace unos años: La Torre Oscura de Stephen King. Al final de la cuarta entrega, el editor decidió incluir el primer capítulo de lo que sería la quinta historia. Lo leí e, inmediatamente, empecé con el siguiente volumen. La sorpresa fue mayúscula. No sólo parecía que estaba leyendo una historia completamente distinta a la que disfruté al final del primer libro sino que ni siquiera me gustaba algo que hacía cinco minutos me apasionaba. ¿Qué ocurrió? ¿Cambió mi gusto literario en esos breves minutos? ¿Dejaron de interesarme las aventuras y desventuras del bueno de Roland Deschain? Pues no, la respuesta era mucho más sencilla y estaba impresa en la primera página del libro: el traductor no era el mismo.

Esta anécdota no es algo aislado y puedes comprobarlo entrando en cualquier foro de lectura. Obras fantásticas escritas originalmente en inglés o francés llegan a nuestro país y fracasan estrepitosamente. Otras, en cambio, alcanzan los primeros puestos de las listas de “Best Sellers” en pocas semanas. ¿Es que los gustos literarios son tan diferentes de un país a otro? ¿O es que la traducción de esas obras ha cambiado su ritmo, su estilo y los sentimientos que pretendía trasmitir el autor?

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La traducción literaria es, quizá, uno de los trabajos más complejos que puede abordar un traductor profesional. Un buen traductor literario debe poseer una serie de cualidades que le permitan abordar su tarea de forma brillante: ser un gran lector, conocer en profundidad tanto su lengua materna como la lengua de traducción, hacer un intenso trabajo previo de localización y, una cualidad muy obvia que a algunos les pasa desapercibida: ser humilde.

¿A qué me refiero con ser humilde? Muy sencillo, a tener claro que el traductor no es el autor. Nos pasa a todos: estamos leyendo un texto y pensamos que una frase quedaría mejor si sustituyéramos un verbo por otro o si colocáramos un adjetivo delante del nombre. El traductor puede sentir la tentación de reescribir el texto para que quede mejor. Grave error. El traductor debe ceñirse al texto que está traduciendo. No puede tomar la decisión, por su cuenta y riesgo, de sustituir adjetivos o modificar frases. Por supuesto esta tarea no es sencilla ya que el traductor debe adaptar el vocabulario, la gramática y la sintáctica a las peculiaridades de la lengua traducida. Ahí, precisamente, está el arte y la diferencia entre un buen y un mal traductor literario.

¿Recuerdas algún libro mal traducido? ¿Cuál?

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