El peligro de los traductores “intrusos”.

Habitualmente publicamos en Linkedin debates en torno a los artículos que escribimos en este blog. En uno de los últimos, el dedicado a las diferencias entre la traducción jurada y la traducción jurídica, uno de nuestros colegas de profesión hizo referencia al intrusismo en el sector de la traducción. Nos pareció un tema interesante sobre el que redactar unas cuantas reflexiones.


La definición.

La RAE define el término intrusismo como:

Ejercicio de actividades profesionales por persona no autorizada para ello. Puede constituir delito.

Sobre los adjetivos Intruso e intrusa nos quedamos con la primera acepción de la RAE:

Que se ha introducido sin derecho.

Según estas definiciones hablamos de personas que sin derecho ni autorización realizan unas actividades profesionales concretas para las que no están especialmente preparadas. En este contexto puede ser lícito suponer que los términos “persona no autorizada” y “sin derecho” hacen referencia a una titulación concreta o a una trayectoria de trabajo que, de una u otra forma, acredite que dicho profesional está preparado para ejercer su labor en un campo determinado.

Nada nuevo bajo el sol.

El intrusismo, desgraciadamente, no es nada nuevo ni en el sector de la traducción o la interpretación ni en otros como el periodismo o la medicina. En nuestro caso, los intrusos más flagrantes son aquellos que, habiendo visitado brevemente uno u otro país, creen que tienen conocimientos suficientes para interpretar o traducir esa lengua que han aprendido de forma superficial. Muchos empresarios confían sus trabajos de interpretación a este tipo de personas inexpertas que, además, suelen trabajar con unas tarifas menores que otros profesionales o empresas debidamente acreditados o con un bagaje de largos años de trabajo detrás.

¿El resultado?: Trabajos de traducción mediocres, cuando no incorrectos, que dañan el prestigio de los verdaderos profesionales de la traducción.

Una anécdota:

Para “quitar hierro al asunto” vamos a terminar este artículo con una de las anécdotas más conocidas sobre intrusismo: el caso de la Papisa Juana.

Papisa Juana

Según se cuenta, en el siglo IX una mujer ocupó durante dos años el cargo de máximo representante de la Iglesia Católica – Papa – haciéndose pasar por un hombre. Parece ser que la confusión se inició cuando la niña Juana, hija de un monje y criada en un ambiente de fervor religioso, decidió que quería estudiar. Como en aquella época las mujeres lo tenían prohibido, la chica decidió hacerse pasar por un chico, un tal Johannes (Juan) y comenzó a instruirse en el oficio de copista. Pasaron los años, Juan–Juana se fue relacionando con personas de alto nivel y, como una cosa lleva a la otra, llegó un momento en el que las autoridades eclesiásticas decidieron concederle el honor supremo de ser la cabeza visible de la Iglesia. La leyenda terminó cuando la pobre Juana dio a luz en medio de una procesión ante las miradas estupefactas de todos los fieles.

Moraleja: el intruso siempre acaba siendo descubierto, sus propios actos lo delatarán.

Etiquetado:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *